Introducción por Liliana Sixtos:
Un
tiempo atrás me encontré con dos parejas a las que aprecio mucho y que
tienen una gran cantidad de virtudes. Durante la conversación la mujer
de la primer pareja, interrumpía a la otra constantemente tratando de
aportar su punto de vista a la conversación. De igual forma cuando los
esposos querían hacer un comentario para participar del diálogo, fueron
igualmente interrumpidos una y otra vez.
Esto me hizo
reflexionar sobre la importancia de saber escuchar y me dí a la tarea de
buscar qué dicen los expertos acerca de este tema. Encontré este
valioso artículo de Juan Bestard y realmente sé que será valioso para
ustedes. Lean con atención.
Hoy día nuestra sociedad tiene un gran defecto: no saber escuchar.
Algunos sociólogos la han llamado, la «incontinencia verbal».
Esta es
una extraña enfermedad que consiste en no escuchar y sólo hablar, hablar
por vicio, sin atender el rumbo de la conversación e interrumpiendo la
palabra del otro. Es un vicio psicológico que pone muy nervioso al
interlocutor.
El diálogo exige una actitud silenciosa de escucha atenta. El
escritor francés Joseph Joubert afirma: «Si queréis hablar a alguien,
empezad por abrir los oídos». Solo una actitud de escucha atenta hace
fecunda la palabra que podemos brindar a nuestro interlocutor. Es
difícil poder decir algo válido al que dialoga con nosotros si antes no
abrimos de par en par nuestros oídos para escucharle.
Saber
escuchar, hoy, es más importante que saber hablar. Exige dominio de uno
mismo. Es un arte y un gesto de sabiduría. Escuchar es una actitud
difícil porque implica atención al interlocutor, esfuerzo por captar su
mensaje y comprensión del mismo.
Las personas que solo hablan sin
escuchar dificultan el diálogo y se quedan en un monólogo egoísta y
fastidioso que no conduce a nada.
Aprende a escuchar. Escucha más y habla solo lo necesario. Cuando escuchamos atentamente, aprendemos.
Si
no escuchas y solamente hablas, te conviertes egoístamente en el único
centro de la conversación, mutilas el diálogo, no respetas a tu
interlocutor y le impones un sacrificio inmerecido.
El filósofo griego Zenón de Citium, que sentó los principios básicos
del estoicismo según los cuales la mejor vida es la que se halla acorde
con la naturaleza y con el culto de la virtud por la virtud misma,
solía decir a sus discípulos: «Recordad que la naturaleza nos ha dado
dos oídos y una sola boca, para enseñarnos que vale más escuchar que
hablar».
En la vida diaria no solemos seguir la sabia enseñanza de Zenón. Más
bien actuamos en sentido contrario: hablamos mucho y escuchamos poco.
Hoy, en la sociedad de la prisa, de la hiperactividad y del estrés,
existe un gran déficit de escucha atenta y serena. La gente habla y
habla, incesantemente. Falla la capacidad de escucha, la capacidad de
atender al otro.
La escucha es una actitud psicológica difícil
porque exige olvido de uno mismo y apertura atenta y gratuita hacia el
otro. Escuchar significa dirigir mi atención hacia el prójimo y entrar
en su ámbito de interés y en su marco de referencia. La escucha,
diligentemente practicada, supone una acumulación progresiva de
sabiduría y de enriquecimiento psicológico. Escuchar quiere decir
recibir del otro, después de haberle dado lo mejor de uno mismo: la
atención afectuosa.
La sabia escucha implica humildad, paciencia y
deseo de aprender. Quien piensa poseerlo todo, saberlo todo, no escucha
al otro y solo habla porque cree que los demás son incapaces de
aportarle nada. La persona engreída, orgullosa, no escucha o escucha con
desdén o con aires de superioridad. Y, en definitiva, lo que hace es
empobrecerse porque solo «aporta» (habla) y nunca recibe (escucha),
quedándose finalmente vacía de tanto hablar.
La escucha es un
arte muy difícil. Dice Anthony de Mello: «La escucha es la cosa más
difícil de hacer. Para escuchar de verdad, las dos partes en el diálogo
han de estar abiertas, sin prejuicios, en entera disposición de
comprender».
La escucha es una habilidad psicológica que exige
apertura, transparencia y ganas de comprender. Sin estas tres actitudes
el diálogo queda truncado. Donde hay cerrazón, prejuicios y orgullo no
busquéis diálogo.
Saber escuchar es también un acto de humildad
porque en él das preferencia al otro y tú quedas en un modesto segundo
plano. Es, finalmente, la mejor manera de asegurar la eficacia de tu
palabra; ésta será siempre bien recibida si va acompañada de una
paciente escucha.
En el diálogo es tan importante el silencio
como la palabra; mejor diría: es más importante el silencio que la
palabra, porque nos dispone a escuchar con atención vigilante la palabra
del otro y a decir la nuestra con acierto, después de haberla
reflexionado. Sin silencio, sin oídos bien abiertos, la palabra del otro
no es debidamente atendida y la nuestra suena a vacío.
Es cierto
que a veces hay personas que no hablan porque no saben qué decir o
porque resulta más cómodo no decir nada. El silencio no es simplemente
callar. Es saber añadir a ese callar un plus de atención y de
receptividad. El silencio respetuoso y acogedor implica saber adentrarse
en el interior del otro y comprender su problema. Es una actitud
terapéutica que siempre resulta muy útil tanto para el que la ejercita
como para el que recibe su beneficiosa influencia.
El déficit de
silencio-escucha en la sociedad actual es enorme, porque da la impresión
de que cada uno va a lo suyo, sin importarle lo más mínimo la necesidad
de receptividad que pueda tener el prójimo. El auténtico diálogo es una
síntesis de apertura, transparencia y disponibilidad para comprender.
El
diálogo da sus frutos cuando somos capaces de abrirnos sinceramente al
otro, cuando le sabemos acoger sin prejuicios, cuando nos esforzamos por
comprenderle y aprender de él.
La escucha, entendida como
receptividad sincera y cordial, es la base del diálogo, y el diálogo
enriquece enormemente a las personas que lo practican.
Fuente: http://www.caminosalser.com/i1421-realmente-sabemos-escuchar/
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jueves, 15 de marzo de 2012
¿Realmente sabemos escuchar?
Publicado por
Ami
en
8:50
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