Formas de escuchar
Las cualidades de un diálogo dependen en gran medida de lo que ocurre
en la persona a la cual está dirigida la palabra. En el caso extremo
-no tan infrecuente en determinadas fases del diálogo- varias personas
hablan a la vez, las voces se entremezclan.
Esto, a veces, ni se percibe
como algo molesto -sobre todo bajo la influencia del alcohol-, otras
veces, lo vivenciamos como una temporaria lucha por el poder: a ver
quién cede primero y deja hablar al otro.
Pero el callarse no significa
necesariamente un verdadero escuchar.
Observamos a menudo en nosotros
mismos cómo divagamos mientras el otro habla, se nos vienen ideas, nos
prendemos de una palabra escuchada y la asociamos a vivencias propias, o
también nos dejamos distraer por elementos que provienen de otros
ámbitos.
El peinado, el anillo o el saco del participante permiten
desarrollar interesantes asociaciones de ideas, pero también el cuadro
en la pared, la vajilla en el aparador o la azucarera sobre la mesa
incitan a formar las más diversas sucesiones de imágenes. A veces nos
despertamos de estas escapadas imaginativas y nos avergonzamos un poco
por no haber brindado al otro nuestra entera atención.
Escuchamos ahora con toda atención lo que dice la persona frente a
nosotros. Nos concentramos íntegramente en el contenido. Nos damos
cuenta entonces de que frecuentemente ya hemos comprendido lo que el
otro quiere decir, mucho antes de que éste haya terminado de hablar.
Esta es una de las razones para cortar en forma poco cortés la palabra
del otro.
Otra razón es el fuerte interés personal por el tema. En este
caso divagaremos menos, no obstante sólo escucharemos unilateralmente,
es decir, teniendo meramente en cuenta el contenido y no la persona que
habla. Esta es la manera de escuchar de un funcionario judicial por
ejemplo, quien en un interrogatorio aguarda con impaciencia que el
acusado incurra en un error, o también la de una comadre llena de
curiosidad que ansiosamente espera que el otro largue su secreto.
Mi
interés por el asunto y mi interés por los participantes sin duda
acrecientan mi atención y según el caso escucho con el oído dirigido a
la información o a la persona que habla. Mas lo que generalmente no se
percibe con plena conciencia, es la forma de hablar, la elección de las
palabras y sobre todo el tono de la voz.
Sólo reaccionamos al tono de la voz donde éste ha de tener un efecto
buscado.
Una madre pide por ejemplo a su hija de 14 años que ordene su
cuarto:
"¡Podrías ordenar tu cuarto!" La hija:
"Sí." La madre percibe tanta resistencia y rechazo en este "sí" que continúa diciendo:
"No te pongas así, yo no te obligo."
A esto la hija responde:
"¡Pero si dije que lo haría!"
Todo el diálogo vive de la tensión entre contenido y forma.
El "sí" de la hija expresa en realidad:
"Estoy harta, tengo otras cosas por hacer, tus palabras me fastidian",
etc.
Es a esto que la madre reacciona, no a la conformidad exterior,
mientras que la hija enseguida pone de relieve la afirmación textual,
con lo cual borra en forma dialéctica lo expresado en sí.
Diálogos como
este abundan en la vida cotidiana. Pero hay que tener presente que el
tono de la voz y todos los demás elementos sensoriales (mímica, gestos,
etc.,) actúan sobre el participante aún cuando esto no sea el propósito
del que habla.
Justamente por fijarnos tanto en los contenidos en esta
época de la informática, tenemos la tendencia de sobrevaluar el plano de
lo conceptual y de descuidar el de lo sensorial.
Dicho de manera algo
exagerada: Tendemos a querer entender antes de haber escuchado.
Pero
recordemos que de niños nunca hubiéramos llegado a hablar si no
hubiésemos escuchado y repetido lo escuchado sin captar de antemano
también el significado espiritual. El niño pequeño reacciona casi
exclusivamente a la voz con la cual se dice algo. El sentido de lo
hablado es transmitido conjuntamente con el sonido, el ritmo y la
melodía.
El efecto de los elementos sensoriales del habla sobre el oyente
Cuando prestamos atención a nuestra manera de escuchar el hablar,
notamos claramente cuan existencial y directo es el efecto social del
habla. Cuando percibimos el movimiento del viento por entre las hojas,
el tañido de una campana, el canto de un grillo o el golpe de un
martillo, todo esto se diferencia fundamentalmente del escuchar el
hablar, pues lo percibimos como algo exterior en cierta manera.
El habla
no sólo estimula el proceso auditivo, sino que a través de lo escuchado
provoca un movimiento propio que podemos percibir sobre todo en la
laringe. Cuando escuchamos a una persona que habla, imitamos con nuestra
propia laringe en forma muda los movimientos de la laringe del que
habla.
De vez en cuando nos damos cuenta de este hecho, por ejemplo
cuando el otro tiene la voz ronca, cuando tartamudea o sufre de otros
trastornos de su voz.
Nuestro escuchar se convierte entonces en un
sufrimiento, ya que nosotros mismos reproducimos todos los esfuerzos
verbales del otro. Cuando un orador tiene una voz ronca y carraspea
repetidas veces, al poco tiempo se podrá oír el carraspeo reproducido en
todo el salón.
Los elementos sensoriales señalados son a la vez los que
particularmente nos permiten reconocer un dialecto. Un idioma extranjero
que no entendemos, justamente nos puede transmitir grandes valores
expresivos cuando sólo nos entregamos a su sonido sin comprender el
sentido. A raíz de experimentos se pudo constatar que ya el lactante es
capaz de distinguir entre el habla y las demás impresiones acústicas.
Una vez que hayamos descubierto este campo del habla que sólo conocemos a
través del arte poético, se nos abrirán mundos completamente nuevos.
Reconoceremos entonces que constantemente somos marcados e influidos por
nuestro interlocutor, independientemente del contenido del diálogo.
Esta influencia se dirige sobre todo a la respiración. Nuestra
respiración reacciona ante el interlocutor de una manera muy sutil. El
que habla con respiración corta, hará corta nuestra propia respiración;
el que habla de manera tranquila, nos calmará.
Reaccionamos con mucha
sensibilidad a las diferentes cualidades vocales.
Hay personas que
acentúan todo muy fuertemente como si quisieran dejar las sílabas
clavadas, otros dicen todo con la misma altura de tono en su voz sin
articular las palabras; otros hablan de manera melodiosa con fuertes
altibajos en el tono.
Mientras que la voz del primer ejemplo nos ataca y
nos mueve a defendernos instintivamente, estamos a punto de dormirnos
cuando escuchamos la segunda; y la tercera, por su parte, nos cautiva.
Hay voces vocálicas, consonánticas, temblorosas, acariciantes, llorosas.
Hay personas que continuamente hablan como si estuvieran ofendidas,
como si se les hubiera reprochado algo; otras están más que seguras de
sí mismas.
La voz
Con todo esto no me refiero a la manera de
adaptarse la voz a la situación respectiva, sino al matiz básico con el
cual se habla, independientemente del contenido. Cada hombre posee por
naturaleza -por un lado por su lengua materna y por el otro, por su
temperamento y su carácter- una determinada particularidad vocal, por
medio de la cual actúa sobre la respiración y con ello sobre la
disposición anímica del participante del diálogo. Si se reconoce este
hecho, se adquiere conciencia sobre la responsabilidad social de uno
mismo con respecto al propio hablar.
En nosotros podemos constatar
sensaciones de simpatía o antipatía, de agrado o desagrado que sólo se
producen a raíz de la voz de un interlocutor. Debemos reconocer entonces
que de la misma manera actuamos sobre el otro a través de nuestra voz*.
Por lo tanto, ejercitación del diálogo también significa adquirir la
facultad de usar nuestra voz de manera que esté en correspondencia con
la situación del diálogo, es decir, con el tema y con el participante.
Dado que la voz como tal es percibida con menor evidencia que el
contenido, a un grupo muchas veces no le llama la atención que
determinados participantes no obtengan eco con lo que dicen, a pesar de
que sus contribuciones puedan ser objetivamente muy buenas.
El motivo
para ello radica en realidad en una voz fastidiosa.
Un escuchar
ejercitado también descubre, al margen del matiz básico descripto, la
disposición momentánea del que habla. Podemos reconocer si el
participante está nervioso, inhibido, inseguro, vacilante; una madre
reconoce en la voz de su hijo si algo no anda bien con él, o si no es
cierto lo que dice.
Todo esto transcurre al margen de la conducción de
la voz relacionada con el contenido y del matiz básico habitual. Al que
escucha se le abre con esto un mundo que despliega toda su riqueza
independientemente del contenido del discurso en cuanto a las ideas que
expresa. Aparte de todas las descriptas particularidades de la voz que
tienen influencia decisiva sobre el diálogo, nos acercamos a un misterio
central que por momentos se nos puede revelar en un escuchar activo del
hablar.
Este misterio se explica por el hecho de que la singularidad
inconfundible de la persona que habla, se manifiesta en lo sensorio.
Así
como cada cual posee su semblante, así también cada cual posee su voz a
través de la cual puede ser identificado.
El escuchar altruista
Si a raíz de lo antedicho logramos concentrar nuestra atención en la
palabra escuchada, compenetrándonos totalmente del sonido de la voz
ajena, se producirá un encuentro íntimo con el ser de aquel que habla.
Por intermedio del escuchar un hablar, percibimos un Yo ajeno.
En su
libro "Antroposofía", un fragmento de 1910, Rudolf Steiner escribe:
"El dictaminar: 'una persona habla', algo que para la conciencia
ingenua parece tan simple, es en realidad el resultado de procesos muy
complicados.
Estos procesos desembocan en el hecho de vivenciar en un
sonido un Yo ajeno en el momento de vivenciarse a sí mismo.
En esta
vivencia se deja de lado todo lo demás y se torna en consideración la
relación de un Yo con el otro Yo, siempre que se dirija la atención a
ello. Todo el misterio de la simpatía con un Yo ajeno se expresa en este
hecho. Si se lo quiere describir, no se podrá sino decir: El hombre
siente el Yo propio en el ajeno.
Si entonces percibe el sonido del Yo
ajeno, el Yo propio vive en ese sonido y por ende, en el Yo ajeno."
En la práctica este estado de cosas sólo puede ser mantenido por muy
corto tiempo, pues nuestra conciencia será enseguida derivada a otros
elementos como por ejemplo: el contenido, pensamientos propios, etc.
Exige de aquel que escucha la voluntad consciente de entregarse
íntegramente a lo escuchado. Pero esto no es sino altruismo en el
verdadero sentido de la palabra, dado que la conciencia no se halla en
mí mismo sino en el otro. Debo prescindir completamente de mí mismo para
que sólo esté presente lo que proviene del otro. Esto solamente se
logrará muy raras veces y requiere que por un momento podamos alejar de
nosotros todo ese bagaje de propios pensamientos, representaciones,
sentimientos y sensaciones corporales como por ejemplo: una picazón,
etc.
En el momento de llegar yo a ser consciente de percibir al otro, ya
no me hallo dentro del proceso.
Quizás vuelva a hacer un esfuerzo por
olvidarme de mí mismo, pero luego volveré a despertarme en mí.
Es
efectivamente un proceso de dormirse y despertarse, sólo que el dormirse
es producido por un acto volitivo consciente.
El verdadero escuchar
significa por lo tanto un dormirse, un olvidarse de sí mismo, también un
parcial perderse; en el comprender y más aún en el propio juzgar, nos
despertamos. La conciencia despierta es producida por el aislarse del
entorno. Estoy despierto por cuanto puedo diferenciarme de las cosas que
me rodean; en el sueño me entrego a mi entorno. Así en un diálogo el
escuchar significa unirse con los demás; el consciente ordenar de lo
escuchado y el propio hablar es autoafirmación.
Todo diálogo genuino vive de semejante ritmo entre estar dormido y
estar despierto y se convierte con ello en la imagen arquetípica de la
vida social. Si nos mantenemos en el plano superficial del mero entender
el sentido, si sólo intercambiamos contenidos y nos limitamos a
argumentar, no nos acercaremos mutuamente. Por ello, O. F. Bollnow dice
de manera muy delicada: "Donde creo tener que demostrar algo, ya no
hablo con el otro.". Un hablar surgido del escuchar y del percibir al
otro conduce a un encuentro, del cual puede nacer algo nuevo. Uno puede
hablar de acuerdo a la manera de escuchar del otro. En otras palabras:
un escuchar activo significa dar al otro la oportunidad de expresar lo
que sin ese escuchar no hubiera podido decir, o al menos no de esa
manera.
He puesto aquí de relieve el escuchar, dado que por lo general es lo
menos tomado en cuenta. Pero los demás ámbitos de percepción que
intervienen en un diálogo, tales como la mirada, la mímica, los gestos,
etc. pueden manifestar en el sentido más profundo lo que aquí se quiso
decir.
(*) En el idioma alemán existe un parentesco entre los términos "Stimme" (voz) y "Stimmung" (disposición anímica). (N. del Tr.).
Del libro “Hablar, Escuchar, Comprender” – Por Heinz Zimmermann
Fuente: http://www.caminosalser.com/i1231-el-arte-de-escuchar-por-heinz-zimmermann/